Al respecto, Manuel Lauro narra una anécdota que es como sigue:
“ANÉCDOTA
Habían Concluido, hacía pocos años, las guerras por la Independencia del Perú y comenzaron las internas, por la conquista del poder, motivo por el que el general Felipe Santiago Salaverry dirigiéndose hacia el norte, ingresó por Sullana en busca del coronel Ferro que venía huyendo de estas fuerzas, tan rápido era su cabalgar en su espléndido marchar que penetró, en su veloz cabalgata, al Ecuador, país que recién estaba en formación, luego de que su territorio había pertenecido a la Gran Colombia el mismo que se desmembró en 1829, pues era aproximadamente 1835, el año en que se desarrolla nuestra historia, y el mencionado coronel, llegó a la hacienda de Enrique Barreto Ramírez llamada “La Seiva” lugar en el cual se refugió y pidió cobijarse ya que a su cabalgadura, un extraordinario y soberbio animal, se le había caído un herraje y caminaba cojo.
Luego de permanecer algunos días en reposo y agradecer las atenciones recibidas por parte de este noble señor y su familia, Don Enrique hizo enterrar cuatrocientas bestias para que el coronel escogiera una, siendo ésta, precisamente la que le pertenecía al capataz de la hacienda, un hombre bien mentado, muy valiente y audaz, un típico bandolero de alto vuelo que le prestaba valiosos servicios como jefe de cuadrilla a Don Enrique Barreto, era el Sr. Juan Zevallos.
El Coronel Ferro se dirigió en ese animal, nuevamente al Perú, pero con tan mala suerte, que en Lambayeque, es apresado y fusilado por las fuerzas contrarias, perdiéndose por este motivo el cuadrúpedo de don Juan Zevallos, cuando esta noticia llegó a oídos de él, se apresuró a solicitar que en su lugar, se le entregara la hermosa cabalgadura que había dejado encargada, con la promesa de que en el menor tiempo posible le iba a ser devuelta y cambiada, pero al no suceder esto, pedía la sin par mula, que había dejado el Coronel Ferro, a cambio de la que se llevó y7 que era suya.
Don Enrique, conociendo el carácter irascible y la peligrosidad de su capataz, hizo coger diez corceles, bellos ejemplares que habían en sus enormes corrales para que se entregaran a Juan Zevallos, pero este señor no aceptó y mantuvo su petición por el animal que había dejado Ferro. Esto fue motivo de un tremendo disgusto, entre estos dos hombres de trabajo, que habían juntos pasado mil aventuras, en defensa de tan amplio territorio.
Pasado un tiempo don Enrique, es invitado a una fiesta, se dirige a la Municipalidad de Loja, lugar en el cual fue recibido con muchos honores y declarado Hijo Predilecto de la ciudad. Se llevó a cabo un festejo con gran comilona y se tomó bastante licor. En medio del agasajo y estando dentro de la Municipalidad, un murmullo y nerviosismo por parte de los asistentes, pusieron en guardia a los numerosos guardaespaldas que tenía don Enrique, después de ver de lo que se trataba, se dieron cuenta que todo se debía a la presencia del antiguo jefe y capataz de don Enrique, el mentado Juan Zevallos, el mismo que había llegado para matarlo, para acabar con él, por haber sido engañado con la entrega de su mula. Fue corrido y escapó, no se sabe cómo.
Pasaron varios días y don Enrique tenía que regresar a su hacienda, montado en la maravillosa mula del Coronel Ferro, dejaba atrasado a sus acompañantes y vigías, por lo que de tramo en tramo, tenía que detenerse a esperarlos, es así que estando en un lugar de Catacocha que se llamaba tres caminos, por donde pasaba un manantial, y estando juntos don Enrique con sus acompañantes, las mulas de ellos quisieron tomar agua por lo que don Enrique adelantó el paso, pues el animal era un prototipo muy especial, de una gran envergadura y sobre todo, campeón de campeones.
Unos metros más adelante había una curva y delante de ella un tronco de un gran árbol caído, al hacer su paso por el, detrás del mismo estaba el bandolero Juan Zevallos, conocido por su gran puntería con el rifle y de un disparo lo dejó sumamente grave, tan grave que lo único que alcanzó a decir fue ‘el Juan Zevallos me mata’, por lo que fue perseguido.”
COMPARANDO CON LO ENCONTRADO EN LOS REGISTROS
Don Enrique Barreto Ramírez, hijo de Juana Ramírez Aguirre, fallece el ocho de octubre de 1912 en Catacocha, natural del Perú, a los 30 años, soltero, hijo de José Barreto y Juana Ramírez. Falleció de enfermedad asesinato.
Luego la historia tiene alguna dificultad para ser ubicada en el tiempo en que falleció don Enrique. Alrededor de 1835, estaría naciendo recién la mamá de don Enrique y éste habría nacido alrededor de 1882.